En la vida de Santa Isabel se manifiestan actitudes que reflejan literalmente el evangelio de Jesucristo: el reconocimiento del señorío absoluto de Dios; la exigencia de despojarse de todo y hacerse pequeña como un niño para entrar en el Reino del Padre; el cumplimiento, hasta sus últimas consecuencias, del mandamiento nuevo del amor.
Se vació de sí misma hasta hacerse asequible a todos los pobres y sufrientes. Descubrió la presencia de Jesús en los pobres, en los rechazados por la sociedad, en los hambrientos y enfermos. Todo el empeño de su vida consistió en vivir la misericordia de Dios-Amor y hacerla presente en medio de los pobres. De hecho, Isabel buscó el seguimiento radical de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre, en el más genuino estilo de Francisco.
Abandonó las apariencias y ambiciones del mundo, el lujo de la corte, las comodidades, las riquezas y los atuendos caros. Bajó de su castillo y puso su tienda entre los despreciados y heridos para servirles. Fue la primera santa franciscana canonizada, forjada en el mensaje evangélico de Francisco. Es que, sin dudas, Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu de Francisco. Tal como lo indican muchos testimonios franciscanos, Isabel tuvo acciones increíbles que en su época fueron muy bien valoradas y, hasta el día del hoy, la enaltecen.
La pobreza del pueblo en el que vivía, propio también de su época, estimuló más aún la caridad de la Princesa Isabel. Todo le parecía poco para remediar a los necesitados: la plata de sus arcas, las alhajas que trajo como dote y hasta sus propios alimentos y vestidos. En cuanto podía, aprovechando las sombras de la noche, dejaba el palacio y visitaba una a una las chozas de los vasallos más pobres para llevar a los enfermos y a los niños, bajo su manto, un cántaro de leche o una hogaza de pan. En un momento, la Princesa fue acusada de estar dilapidando los caudales públicos y dejar sin recursos los graneros y almacenes. Cuenta la historia, que su esposo – el Rey Luis – solicitó a quienes la acusaban pruebas concretas de su accionar. Uno de los días en que salía a escondidas del palacio, es detenida violentamente por personas de la corte, y ante la requisitoria de “… - ¿qué llevas en la falda?...”, ella responde…”… - nada..., solo rosas…”, contestó Isabel tratando de disculparse, y al extender el delantal bajo su falda, en lugar de pan y alimentos, habían efectivamente rosas. Este es uno de los tantos milagros que posteriormente llevaron a su canonización.
Otros escritos, aseguran que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach. También cuenta que ella hilaba lana para el sayal o vestido de los frailes menores. Cuando fue expulsada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios. Y, el Viernes Santo del 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar, hizo profesión pública en la capilla franciscana; y asumió así el hábito gris de penitente como signo externo.
Por el año 1229 fundó un hospital en Marburgo, y lo puso bajo la protección de San Francisco, canonizado pocos meses antes. Es que el empeño demostrado por Isabel en vivir la pobreza, regalarlo todo y dedicarse a las obras de amor al prójimo con alegría, eran las exigencias de Francisco a sus seguidores; y es por eso que es ejemplo a seguir por muchos que profesan las enseñanzas de Francisco.
Ella pasó por esta vida como una estrella luminosa y esperanzadora. Hizo resplandecer la luz en el corazón de muchas almas; y llevó el gozo a los corazones afligidos. Por lo que no hay dudas de que su ejemplo e intercesión iluminaron e iluminarán la esperanza en todos los que profesan su ejemplo, fuente de todo amor: el bien, todo bien, sumo bien; la paz y el gozo.
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